DOI: https://doi.org/10.25058/20112742.135

Mary Luz Estupiñán Serrano

Desde que Hegel, en sus Lecciones sobre la filosofía de la historiauniversal (1830), señaló a África como una «tierra cerrada», parece que el continente sigue siendo leído bajo este imaginario. Así lo evidencian diversos argumentos que circulan en la escena académica y, en especial, en los medios de comunicación sobre esta «tragedia» africana, pues, ad nauseum, insisten en el aislamiento y en la «marginación» económica y política en relación con el sistema mundial, sin olvidar aquí el «primitivismo» al que se asocian sus prácticas socio-culturales. También acuden a completar el cuadro la ingobernabilidad producto del «fracaso» de las promesas occidentales: Estado, soberanía y democracia. Desde este punto de vista, africanos y africanas serían incapaces de maniobrar su suerte, pero son, al mismo tiempo, responsabilizados por el devenir de su historia. Una evidencia reciente, tal vez la más patética, de que los discursos occidentales sobre el continente «negro» y sus habitantes aún reposan en este nivel de argumentación, la dio el presidente Nicolás Sarkozy (2007), quien en una intervención realizada en la Universidad de Dakar, expresó: «Le drame de l’Afrique, c’est que l’homme africain n’est pas assez entré dans l’histoire… » ¿Es África Subsahariana la que no tiene lugar o es Occidente el que oculta su lugar en la historia? Sin duda, aquí entran en juego relaciones de poder desiguales; sin embargo, ello no implica que africanos/as no tengan ninguna posibilidad de acción. De ahí la pregunta que abre este escrito, pues pretende indagar no la complejidad de su geografía sino el lugar que el África Subsahariana ha tenido y tiene en el orden mundial.