https://doi.org/10.25058/20112742.398
Juan Ricardo Aparicio
aparicio.juanricardo2@gmail.com
Universidad de los Andes, Colombia
En un artículo clave para comprender la especificidad de algunas de las trayectorias intelectuales del campo de los estudios culturales, Lawrence Grossberg (1997) inicia su argumentación con una paradójica enunciación: la falta de una definición exacta de los estudios culturales es clave para su mismo entendimiento. En buena medida, dicha paradoja que a muchos efectivamente pueda amedrentar o parecerle trivial, se desprende de la misma opción defendida por el autor en sus prescripciones y no definiciones absolutas del mismo proyecto intelectual de los estudios culturales: la necesidad de siempre contextualizar las prácticas intelectuales de acuerdo a sus preguntas, problemas, metodologías y también deseos de transformación de complejas y diversas jerarquías sociales y siempre culturales. En este sentido, para Grossberg (1997), la definición del proyecto intelectual y político de unos estudios culturales necesariamente móviles pero caracterizados por una serie de preguntas y problemáticas así como de estilo de trabajo intelectual necesariamente importa. No es un asunto de etiquetar un producto ya acabado y altamente comercializable, como efectivamente puede plantearse a partir del aparente boom de los estudios culturales en Colombia, donde en pocos años han florecido varios programas de pregrado y posgrado en las principales universidades del país poniendo en duda su grado de efectividad política bajo las nuevas exigencias de competencia, publicaciones y resultados. Sin querer escapar de estas lógicas del mercado, como bien nos lo recordaron varios ponentes en el Simposio Estudios culturales en las Américas: compromiso, colaboración, transformación, se trata más bien de interrogarnos por la posibilidad de plantear que lo que hacemos importa dentro de las formaciones, contextos, coyunturas y contingencias culturales, políticas y económicas propias de América Latina.