https://doi.org/10.25058/20112742.n44.01
Marcela Landazábal-Mora
https://orcid.org/0000-0001-6867-3242
Universidad Nacional Autónoma de México
mlandazabalm@gmail.com
Roberto Almanza Hernández
https://orcid.org/0000-0002-9089-468X
Universidad del Magdalena, Colombia
ralmanza@unimagdalena.edu.co
El tiempo de los monumentos2 podría comprenderse como un tiempo suspendido, a modo de privilegio ante la caducidad natural de la vida, mientras que, paradójicamente, muchas vidas habitan tiempos en suspenso. Esta incongruencia de la historia se radicalizó recientemente, y a la vez, propició el entroncamiento de las diferentes apuestas políticas de las comunidades y colectivos (sobre todo al margen) dentro de las viejas estructuras pétreas que han definido quién aparece en la historia, y quién no. Hoy día sabemos que la historia tiene multiplicidad de voces, pero, sobre todo, silencios y ocultamientos. También reconocemos que el problema de la historia no es el tiempo, sino la vida —con sus destiempos—. ¿No es extraño que mientras las historias locales han alertado sobre otros ritmos de existencia, la configuración universal de la «historia una» siga su curso, en su modo arrasador, como una flecha? En diferentes puntos del planeta, durante los últimos años, y en especial desde la declaración global de la pandemia por el virus Sars COVID-19 (con sus sucesivas mutaciones), la pregunta por los modos de habitar el tiempo ha minado todos los espacios. Bajo un esquema neoliberal de administración de las vidas, donde incluso el mercado de las vacunas hizo evidentes las fisuras sociales en diferentes países y sectores de la población, las preguntas de las viejas y las nuevas resistencias sólo se dispersaron, pero siguieron latentes. La privación de la socialización crítica, el manejo del miedo colectivo, y a la vez, los procesos soterrados de históricos reclamos sociales sofocados por estrategias sanitarias contingentes determinaron ese ambiguo linde entre lo público y lo privado; entre permanecer adentro y afuera, ya no de los hogares, sino de las propias lecturas sistémicas. Algunas protestas ocurridas durante 2019, mayoritariamente en América Latina y que dieron cuenta que lo local es un asunto extendido, parecieron disiparse. No obstante, la toma de monumentos de impronta colonial en parques, plazas públicas y avenidas principales agitaba de vez en cuando las redes sociales enseñando que los tiempos «viejos» han seguido vivos en los tiempos «nuevos». Los cuerpos vivos, despojados de grandes narrativas del pasado han seguido insistiendo en fisurar la historia oficial. Lo que se persigue allí no es figurar en esa historia, sino revocar el mandato de jerarquías que esa historia ha implicado, porque pesa; porque cada cuerpo aniquilado por las fuerzas verticales de la historia pesa.